jueves, 17 de julio de 2008

La casa del campo

“Éramos jóvenes. Sí, de doce, a catorce años. Trece quizá. Pero éramos jóvenes, como ese día de verano; como aquel campo donde jugábamos a contar historias y a asustarnos.Porque cuando uno es joven, tiene esa inocencia y esos ojos para ver al mundo... esos ojos que sólo los tenés una vez. Y nos encantaba contar historias. Les encantaba escucharlas... Ahora, voy a nombrarlos sólo por los nombres que nosotros mismos habíamos inventado. los nombres con los que jugábamos: estaba Goblin, mi mejor amiga que ama todavía hoy a los vampiros; Súndabar, mi otra mejor amiga, una de las personas más dulces que conocí en toda mi vida; Tarkinn, hermano de goblin (y en ese entonces, un simpático y escurridizo chico de 9 años... hoy sigue siendo escurridizo, pero con 11 y otras manías más...), Glacia, mi compañera del alma y una eterna guerrera para mí, hermana de súndabar y con 13 años; y... yo, sí, solo quedo yo. Liima. Con 14 años. Todos inocentes. Todos amigos. todos... felices... o eso creíamos... Ni el viento heladísimo de esa tarde había apagado nuestras ganas de jugar. así que allí estábamos, claro, en el campo frente a mi casa; jugando entre casas sin construir y a medias (sin techo, sin puertas...), escondiéndonos del frío y riéndonos de tarkinn que se había ido con pantalones cortos y ahora se moría de frío. yo le había prestado mi campera gigante y azul que mi mamá siempre me daba para salir afuera, y estábamos todos en una casita sin techo, sentados en tablitas en el suelo, mirándonos sin saber qué hacer.¡Contate una historia, Liima! la que no nos terminaste de contar en tu casa... dijo alguien. Goblin, creo. Sí... tu mamá nos corrió porque quisimos transformar tu living en un sótano o algo así se rió tarkinn. Sipi: mi mamá nos había "echado" a gritos porque habíamos tapado toda luz del living y habíamos hecho una fogata de mentira en el suelo. Bueno... a ver... empecé a pensar. y comencé una historia. no recuerdo cuál, pero recuerdo que a pesar del frío y del viento que nos entraba por el techo inexistente, me escuchaban... y eso... es lo más maravilloso del mundo... cuando tus amigos te escuchan, desde lo más profundo y verdadero de su alma. y vos te sentís en el cielo... Ya no soporto el viento... dijo mi guerrera. ¿por qué no nos vamos a otro lugar...?rrrrrrrrrr sí... dijo Tarkinn, acunado en mi super campera y tiritando. Bueno... vayamos a una casa que tenga techo... así no nos entra el viento... Así hicimos... y entonces, nos metimos en una casita muy chica, pero que tenía techo al menos. nos sentamos sobre viejos tarros de pintura que había dentro, y maderas, y ahí nos quedamos. ese lugar era más acogedor, y parecía que nos íbamos a quedar ahí. el viento afuera, uh... lo oíamos rugir, aullar con fuerza, como si nos acechara; aunque el viento así es normal allá donde vivo. Nos reímos un buen rato, y ahora recuerdo: la puerta (que era sólo una abertura rectangular en el cemento de las paredes), estaba justo a mi lado. todos estábamos sentados en un círculo, y la puerta era como un amigo más.Y... en eso estábamos, charlando y yo esperando a continuar con la historia, cuando de la puerta, apareció una figura vestida con un mono azul de trabajo.¡Qué mierda hacen acá! Lo escucho todavía. Se trataba de un hombre bastante grande, de pelo y barba blancos, con un mono azul manchado de pintura. parecía ser el dueño de esa casa. Al ver que no estábamos haciendo nada malo, solo sentados allí, su rostro pareció ablandarse... pero hasta ahí llegó su amabilidad. Nos quedamos fríos, helados; sin saber qué hacer. Se nos ocurrió lo peor: que el viejo nos haría algo o que llamaría a la policía o quien sabía... y pobre Tarkinn, pobres todos, porque yo... yo les había dado mi palabra de que nada nos iba a pasar...El viejo seguía ahí, retándonos, parado en el umbral. nosotros, ni palabras teníamos. Nos levantamos lentamente, y nos fuimos en silencio... (recuerdo haber susurrado un "disculpe" medio torcido y atragantado al salir última), y caminamos lejos de allí. Rompimos en risas cuando estuvimos lo suficientemente lejos. Nunca más volvimos a ver al hombre, ni a volver a la casa. Ni a jugar juntos en el campo, ni a inventar canciones bajo el sol abrasador de la tarde... y bueno, crecimos, sí. No más Glacia, ni Súndabar, ni Goblin; no, porque Goblin y Glacia se pelearon. Bueno, lo seguimos siendo en los tibios recuerdos de la niñez, en esos días de oro en los que nada parecía importar, solo la sonrisa del otro. "

2 comentarios:

Anónimo dijo...

joder javier
vaya historia más mierda que no da miedo ni na
se nota amanta que no la has leído
pero si no da miedo
joe javie leelas aunque solo sea por encima pa ver si dan miedo

Javier dijo...

ave. pos como toas. gracias