jueves, 8 de octubre de 2009

La llamada

Domingo alrededor de las dos y media de la tarde. A Juan y Teresa se les presentaba un bonito día al levantar las persianas de salón de su casa baja, situada a las afueras de una ciudad mediana, cuando vieron aquel sol tan reluciente. La pareja había estado cenando con unos amigos la noche anterior y se habían levantado de la cama muy tarde. Teresa deambuló por la casa sin rumbo fijo hasta despabilarse un poco y fue entonces cuando su estómago dijo: ¡hambre!, ¡comer!Se dirigió a la nevera inmediatamente y enseguida vio algo precocinado y algunas sobras de la comida del sábado. Llamó a Juan, que estaba mirando la televisión en el saloncito, y le apremió a que viniera. Teresa cayó en la cuenta de que lo único que faltaba para aplacar su apetito era el pan, así es que mandó a su marido para comprarlo. Juan, a regañadientes, se puso el pantalón del chandal, una camiseta y su reloj y salió en su busca.Juan era un tipo alto, delgado, más bien desaliñado, con gafas y de unos treintaytantos. Caminaba calle abajo a velocidad de crucero (para cualquiera de los demás mortales a paso rápido) y ya llevaría unos diez minutos así, cuando se dio cuenta que no sabía, con las prisas de su salida, a ciencia cierta que tipo de barra y cuantas debía comprar. Así que pensó en llamar a su mujer y confirmarlo para no meter la pata ni en un solo detalle ya que llevaban una temporada en que las cosas entre ellos andaban un poco tensas y saltaban chispas por cualquier tontería.Juan, buscó inmediatamente en los dos únicos bolsillos que llevaba el chándal pero no llevaba el móvil, algo raro en el, ya que nunca se separaba del cacharro sobre todo por cuestiones de trabajo. El domingo, la juerga de la noche anterior y las prisas jugaron en su contra.Alzó la vista y a poca distancia vio la plaza cuasi circular en la que había unos bancos para sentarse a descansar, árboles y dos o tres personas deambulando por allí. Además vio una cabina telefónica. Inmediatamente pensó en llamar a Teresa para que le confirmara el tema.Metió la mano en su bolsillo derecho otra vez y saco su contenido: tres euros, lo cual era suficiente para el pan fuera cual fuese y también para la llamada.Se acercó a la puerta de la antigua cabina telefónica, abrió la perta y de repente, como surgiendo de la nada y a galope tendido, se introdujo, sin mas, en la misma un animal enorme que, inmediatamente se sentó como pudo pegado a el. Era una bestia de unos 50 kilos. Negro zaino y de una raza que identificó enseguida como un inconfundible Rottweiler. Justo al mismo tiempo, ante la estupefacción y sorpresa del hombre por el acontecimiento, la puerta de la cabina se cerró para siempre.Juan estaba desconcertado, pasaron unos tensos y angustiosos segundos y comenzó a reaccionar (o eso pensaba). Comenzó, como poseído a dar golpes a los cristales de la cabina, a gritar, a chillar…pero en rápidamente observó con pavor que no había ni un alma en la plazuela. Miró su reloj y eran las tres. Hora de comer y mas en domingo. Pero ¿y el dueño del perro? ¿De donde ha salido este animal? ¿Porqué ha entrado aquí?...estas cuestiones agobiantes pasaron en un segundo alrededor de su cabeza sin encontrar sentido ninguno ni respuesta alguna.Entre tanto, el perro se mostraba cada vez más inquieto e impaciente a medida que Juan se alteraba cada vez mas y mas, era como si contagiara al animal su nerviosismo y desesperación por triplicado, hasta el punto en que se irguió sobre sus patas y le lanzó una mirada amenazante o tal vez de idéntica desesperación y confusión a Juan, al tiempo que enseñaba sus tremendos colmillos. Esto causó pavor en el hombre, que ál tiempo de comprender en cierto modo el comportamiento del animal, decidió calmarse un poco e intentar reflexionar. Así el Rottweiler se fue relajando poco a poco, hasta que por fin retornó a su posición original.A los pocos segundos la lógica le indicó que introdujese la maldita moneda para llamar a su mujer. Pero no para consultar acerca del pan, sino para pedir ayuda. Marcó el número fijo de su casa porque no se acordaba del móvil de Teresa con los nervios y en pocos segundos esta contestó.¿Si? —dijo ella—¿Tere?, soy yo, soy yo (repitió), escúchame bien y no hables —contesto nervioso Juan— No te lo vas a creer, pero estoy atrapado en la cabina de la plaza, ¡no puedo salir! Y dentro tengo un perro enorme mirándome…Tere, no preguntes y llama a los bomberos, a la policía y a la perrera…¡corre por Dios!...no preguntes nada, ¡hazlo! —finalizó casi colgado ya el auricular—¡Estoy alucinando Juan!, ¿Estas bien?...¿Oye?...¿Juan? Había colgado el teléfono. Teresa, después de un momento de vacilación, no lo pensó más e hizo lo que su marido le dijo y exactamente por ese orden. Mientras, Juan, pegaba su cara contra el cristal de la cabina dando la espalda al animal, deseoso y desesperado por sentir la llegada de los bomberos. Se giró un cuarto de vuelta y miro al perro, el cual no le quitaba ojo, y le dijo pausadamente; —Tranquilo chico, pronto nos sacarán de aquí—. Ante lo cual el bicho pareció, tal vez, comprender en parte la angustiosa situación de impotencia por parte de ambos y agachó las orejas en señal de asentimiento.Pasaron 10 minutos de tensa espera y de repente el Rottweiler comenzó a inquietarse.Al principio era solo un ligero movimiento de cabeza y una inusitada atención dirigida hacia una dirección concreta. Instantes después se incorporó como pudo, casi aplastando a Juan contra el cristal y comenzó a gruñir y a ensenar sus incisivos mirando al hombre a los ojos. Juan no comprendía este cambio de actitud tan repentino y aparentemente violento del animal. El perro alzaba su enorme cabeza y estiraba sus orejas con el paso de los segundos. En un minuto Juan comenzó a escuchar una sirena, sin duda de los bomberos, aún en la lejanía. ¡Se trata de la maldita sirena! —masculló Juan para sus adentros!...¡que la apaguen por Dios! ¡O este perro…!—Aproximadamente 2 ó 3 calles después y en unas décimas de segundo, la bestia negra se levantó sobre sus patas y de un pequeño impulso se elevó sobre si mismo, mordiéndole con inusitada rabia y furia su delgado cuello. Jamás le soltó. Exactamente 3 minutos después llegaron los bomberos.

3 comentarios:

manuel dijo...

desde luego vaya tio tonto mira que coger tres euros, desde luego vivira en baratilandia porque las cabinas antiguas....

Javier dijo...

Jejeje. Entonces ya se por qué los bomberos llegaron en 3 minutos. Si huviera hechado a la cabina 50000000000 millones de euros...

Muchas gracias y comentadme!

Unknown dijo...

Tampoco no nos.motivemos eh?